domingo, 16 de septiembre de 2012

Mini-capítulo especial: El caso de la fan loca


El Doctor Serio iba de un lado para otro de la TARDIS, intentando inútilmente huir de su compañera Martah Jane.

- ¡Tráela tráela tráela tráela tráela tráela! - Martah cogió aire mientras ambos daban otra vuelta a los controles de la nave - ¡Tráela tráela tráela tráela tráela trae...
- ¡¡¡Vale ya, pesá!!! - el Doctor Serio se giró y miró a Martah - Si traigo a tu amiga Lucía para que vea a Arthur Conan Doyle como regalo de cumpleaños, ¿me dejarás de dar la barrila de una santa vez?
- ¡Sí! - La cara de Martah alcanzó niveles de monosidad que el Doctor Serio pocas veces había visto. - Porfa, tráela...
- Aiss... venga, vale. Pero solo por esta vez, ¿eh? No pienso hacer esto con cada maldito amiguito tuyo, ¿estamos? - Bajó una palanca que tenía a mano. Martah empezó a saltar de alegría. La nave se sacudió con fuerza. - Vaaaale... pues ya estamos en Londres, 1910, casa de sir Arthur Conan Doyle y dame cinco segundos para traer a tu amiga.

El Doctor Serio se fue al otro extremo del panel de mandos y pulsó un interruptor. Un flash inundó la habitación. Los dos se taparon los ojos. Un par de segundos más tarde, una chica de pelo negro y cara blanca como la nieve estaba frente a ellos. El Doctor Serio podría haber pensado que se había equivocado si no llega a ser porque vio con sus propios ojos como Martah y la recién llegada se daban un abrazo.

- ¿Dónde estoy, Martah? ¿Esto es la TARDIS esta de la que tanto me has hablado? Es mucho más grande por dentro que por fuera...
- ¿Perdooona? - el Doctor Serio miró enfadado a Martah - Martah, por dios, dije que esto lo mantuvieras en secreto. ¡Es que no me escuchas! - Se giró hacia Lucía - Hola qué tal. Soy el Doctor Serio. Un placer conocerla.
- Lo mismo digo. Martah me ha hablado mucho de usted. ¿Esa es su famosa boina sónica? Soy muy fan de usted, en serio.
- Martah, en serio que usted y yo luego tenemos que hablar sobre vivir aventuras y guardarlas en secreto...
- Sí, sí, lo que tú digas Doctor Serio... Mira, Lu, tengo una pequeña sorpresita para ti. Como sé lo mucho que te gusta Sherlock, vas a conocer a Arthur Conan Doyle. ESE es mi regalo de cumpleaños. ¿Te gusta?
- Muy agradecida, Martah, pero a mí la que me gusta es esta serie de Sherlock, la de Bened...
- ¡Sabía que te iba a gustar! - Martah señaló la puerta - Dijiste que ya estábamos en 1910, ¿verdad, Doctor Serio?
- Sí, - el Doctor Serio bajó la vista a los contadores de la nave - pero antes de que os vayáis tengo que avisaros: tened cuidado con lo que le decís al señor Doyle. Podríais cambiar el futuro.  ¿Y vosotras no querréis eso, verdad?

Nadie respondió. El Doctor Serio levantó la vista extrañado. Martah y Lucía ya se habían ido. Y para colmo habían dejado la puerta de la nave abierta. Maldiciendo por dentro, fue a cerrarla.

Hora y media después, Martah y Lucía volvían a la TARDIS. Habían pasado una tarde muy interesante tomando té con Arthur Conan Doyle. Iban tan ensimismadas en su conversación, compartiendo impresiones y riéndose como dos colegialas, que en un principio no se dieron cuenta de que el Doctor Serio no se encontraba en la sala de mandos de la TARDIS. Solo tuvieron conciencia de aquella eventualidad cuando el señor del tiempo entró por una de las puertas y avanzó hacia ellas completamente enfadado.

- ¿¡Qué os he dicho antes!? ¡Que tuvierais cuidado de lo que hablabais con el señor Doyle! Mecagüen la leche, Merche. Es que esto yo ya lo veía de venir. Que claro, tenía que haber ido con vosotras. Si  ya me lo decía mi madre, que no dejes a un par de humanos solos en el pasado, que luego pasa lo que pas...
- ¡Ey ey ey! ¡No ha pasado nada! - Martah, ante tal ataque, se puso a la defensiva - Hemos estado tomando un té con él y poco más. Ni han venido extraterrestres, ni hemos rasgado el continuo espacio-tiempo. ¡No ha pasado nada!
- ¿Que "no ha pasado nada"? ¿¡Que no ha pasado NADA!? A mí me da algo, en serio. - El Doctor Serio respiró hondo - Venid que os enseño lo que NO ha pasado.

Acto seguido salió por la misma puerta por la que había entrado. Las dos chicas lo siguieron. Martah pensó que, para lo que él era, iba andando a una velocidad condenadamente rápida. Lucía intentó recordar el camino y el número de pasillos por los que habían pasado. Al cabo de un rato decidió dejar la empresa por imposible y se dedicó a disfrutar (si aquello fuese posible, vaya) la experiencia.

Al cabo de lo que parecieron horas los tres entraron en una estancia que Martah no había visto nunca. Y no porque no le interesara. Presupuso que el Doctor Serio o no quería enseñársela porque ya la conocía y sabría su reacción o no se la había enseñado porque jamás había salido el tema. Era una habitación pero que en realidad podría pasar por una biblioteca entera. Era muy grande. Extraordinariamente grande. Tan grande que no se podía ver dónde acababa en ninguno de los tres lados restantes. El Doctor Serio estaba sentado en una mesa que había en el centro llena de libros. Las miraba con reprobación. Muy enfadado. Muy fuerte. "¿Queréis saber qué pasa?", dijo el Doctor Serio, "Pues pasa que vuestro té inspiró a Doyle para escribir un relato de Sherlock Holmes que, de no haber aparecido vosotras, nunca habría existido. Es considerado el mejor relato corto del canon Holmesiano. Habéis cambiado la historia. Enhorabuena. Espero que estéis orgullosas. Tomad, mirad." Y les pasó un ejemplar de El Archivo de Sherlock Holmes abierto por una página en concreto:

"El caso de la admiradora desquiciada

Sé que ya son muchas las veces que he remarcado lo extraordinario de muchos de los casos de mi amigo Holmes. Pero créame el lector cuando le digo que este es el definitivo. Puedo asegurar sin mucho miedo a fallar que fue el más emocionante, extraño y emocionante de todos los casos que componen mis archivos. Y realmente todo empezó de una forma bastante simple.

Era una soleada tarde de 1891. Había salido de mi casa rumbo al 221b de Baker Street. Mi amigo Holmes me había mandado un mensaje a mi casa a través de uno de sus Irregulares de Baker Street pidiendo mi presencia lo antes posible. Cuando entré en la habitación, le vi sentado en el sofá con los ojos cerrados, completamente abstraído en sus pensamientos. En el que antes era mi sofá había un desconocido sentado con su sombrero en las manos, nervioso. Cuando cerré la puerta, Sherlock se sobresaltó, me miró, se levantó de un salto y vino a saludarme.

- ¡Oh, Watson! Le estaba esperando. Tengo un caso que igual le puede interesar. Este es el señor Steven Moffat. - Nos dimos la mano. - No sé si habrá oído hablar de él pues al parecer es bastante famoso. Y la fama la lleva bien de no ser por cierta damisela que le está dando problemas. ¿Querría contarle a mi amigo, señor Moffat, su historia tal y como me la ha contado a mí hace un rato? Siéntese, Watson, y prepárese.
- Sí, claro, no me importa. Le decía al señor Holmes antes que hay una señorita joven que no me deja en paz. Por los mensajes que me ha dejado en estas últimas semanas he podido sacar en claro que le gusta mucho mi trabajo, que quiere casarse conmigo y me odia a partes iguales y que se llama Lucía. Ya le dije a su amigo antes que, por el nombre, me parecía española pero no estoy muy seguro. Todo empezó el lunes de hace tres semanas..."

El Doctor Serio esperó a que terminaran de leerlo.

- ¿Veis? Y eso no es lo mejor, que va. ¿Decías que te gustaba la serie esta de Sherlock, la del Sherlock Holmes del siglo XXI? Pues en la temporada 7 tendrá un capítulo basado en este relato: "El caso de la fan loca". ¿Qué os parece? Deberíais estar avergonzadas. No se cambia el tiempo y el espacio así, señoras. Es de primero de Viaje Temporal. En fin... - se levantó de la silla. - Venga, que vamos a dejar a Lucía en su casa y después ya tendremos esa conversación pendiente, señorita Alonso.

Mientras el Doctor Serio salía por la puerta, Martah y Lucía se miraron la una a la otra. No hacía falta palabras para comprender que lo que había empezado siendo el mejor regalo de cumpleaños de la historia se había convertido en algo aún mejor de lo que podrían imaginar. Lucía musitó un tímido "Gracias" mientras un par de lágrimas recorrían su cara. Dejaron el libro en la mesa y salieron de la habitación una al lado de la otra.

lunes, 14 de mayo de 2012

01x04: El Canario Chino (Segunda Parte y Final) - Por Tioserio

Parte 2

Llevo poco tiempo en esta ciudad pero el suficiente como para saber que el Club Shamone era en realidad la tapadera del mafioso local Mickey "El Tuerto" Shamone. Un mafioso de los de la vieja escuela que tocaba todos los palos: juegos de azar, droga, arte y, según me había informado la señorita Dickinson tras un breve viaje en la TARDIS, estatuas de pájaros doradas con etiquetas en la parte de abajo que rezaban "Made in China". Había sido un viaje de poco más de 24 horas, justo al momento en el que ella, su compañero y yo habíamos quedado. Justo antes de que les mataran. Ahí descubrí que el hombre era su esposo, que ninguno era de la Tierra y que, de hecho, El Canario Chino era más que una figurita. Era el armazón en cuyo centro se estaba gestando una nueva vida, era su hijo nonato. Por eso tanta prisa en recuperarlo, me dijeron. Querían mandarlo de vuelta a su planeta natal en el cohete que habían instalado en el pedestal para que viviese una vida plena. Justo en aquel momento había aparecido un matón de El Tuerto y los había matado. Delante mía. A sangre fría. Dos certeros disparos. No pude hacer mucho más así que volví a la TARDIS.

Así que ahí estamos Candy y yo, a las entradas del club Shamone. Yo con mi gabardina y mi sombrero de ala ancha sónico. De lo más normal. Candy con un vestido de noche verde esmeralda. Nunca dejará de sorprenderme esta chica. Cuando le dije mis planes no se extrañó en absoluto. De hecho, ya tenía el vestido y los zapatos preparados. Vestido y zapatos que le quedaban perfectamente conjuntados y que hacían que, según veníamos, todos los hombres se fueran fijando en ella. Las mujeres se iban fijando en mí. Bueno, casi todas. Porque yo siempre he sido muy bonito de ver. Está mal que yo lo diga pero es la verdad. Somos los reyes del baile de fin de curso del Club Shamone de esta noche.

Tras dejar la gabardina en el guardarropa (el sombrero no. Nunca. Es sónico. Nunca se sabe cuándo vas a necesitar algo sónico.), pasamos a la sala de baile. Está llena de parejas bailando jazz. Todo muy de época, vaya. Por eso quizás no termino de comprender cómo se baila un jazz. Llámenme clásico si quieren. Llamo la atención de Candy y le dirijo la vista a la hilera de reservados que hay a la derecha. No es dificil descubrir cuál es el de El Tuerto. Al ser el dueño del club, ya se ha encargado él de recordarles a todos quién es el jefe haciendo de su reservado un autentico monumento al mal gusto. El más recargado, el más colorista, el que tiene el mayor número de bombillas. ESE es el reservado de El Tuerto. Y ahí está él, mirando la pista de baile con un puro en la mano agarrado a dos bellezas a cada cual más cara. Se lo hago señalar a mi acompañante que, no sé por qué, está extrañamente nerviosa. Lo noto en sus ojos, en su cara y, en definitiva, en el hecho de que no puede parar de temblar. "Necesito una copa", me dice. Nos acercamos a la barra.

Tras dos copas por parte de ella y un vaso de leche por mi parte (no bebo alcohol. Nunca. Es uno de mis trucos para llegar a los 900 años hecho un chaval.), Candy se ve con fuerzas. Subimos las escaleras y llegamos a la entrada del reservado. Dos guardaespaldas de cuatro por cuatro metros cada uno nos flanquean la entrada.

- No se puede pasar. - dice el Gorila #1, que parece ser el listo - Es privado y no teneis invitación. Así que aire, que chispea.
- ¿Acaso no sabes quién soy yo? - Candy, con la bebida, se ha vuelto más "temeraria". - Ande, dile a Papá que su hija ha venido a verle.
- ¿¿¿Su hija??? - Mientras Gorila #1, claramente confundido, entra al reservado, me pego a Candy y le susurro - No sabia que eras hija de El Tuerto.
- Lo habrías sabido si le hubieras puesto un poco de atención al contrato de trabajo que me hiciste firmar. Candy Shamone, hija única de Mickey Shamone. Otra cosa es que nuestra relación no sea la mejor y llevemos años sin hablarnos... pero sigue siendo mi padre. - Candy mira para otro lado. Me preocuparía pero ahí viene Gorila #1.
- Adelante. Pueden pasar, señorita Shamone y acompañante. El señor Shamone les está esperando.

Pasamos. No está mal eso de "acompañante". Quizás me podría llamar a partir de ahora "Acompañante Serio". Claro que tendría que hacer otra vez todas mis tarjetas de visita. Y cada vez que me llamaran tendrían que empezar a presentarme un día antes. Porque es largo de narices el nombre dichoso. Nah, me quedo con "Doctor Serio". O, bueno, de momento con "Detective Serio". Luego ya veremos.

En esas estoy pensando cuando entramos en el reservado. Es igual de hortera por dentro que por fuera. Una alfombra de leopardo hace que nuestros pasos apenas suenen. La decoración, una mezcla de estilo arabe y grecorromano, es lo siguiente a recargada. Es como si todas las posesiones valiosas de El Tuerto tuvieran que entrar ahí por decreto ley. En un sofá de madera rojo descansan (o al menos eso parece) las dos bellezas que hace poco estaban a ambos lados del gangster. Sus miradas, ausentes, me dicen que este no es precisamente el sitio en el que querrían estar a estas horas de la noche pero que bueno, que al fin y al cabo la bebida es gratis, así que tampoco es el peor en el que podían estar. A un par de pasos, dandonos la espalda, está el capo observando de cerca su última adquisión: el canario chino. Se lo hago notar a Candy. Mientras ella mira a su padre, comprendo el por qué del buen gusto a la hora de vestir de mi secretaria. Lo ha sacado de su padre. Impoluto, con un traje blanco a rayas negros, de esos que solo te pones cuando sabes que eres el jefe y que no te pueden decir nada por llevarlo, coronado con un sombrero del mismo estilo. Arreglado pero informal. Justo en ese momento se da la vuelta y puedo verle la cara. Sí, en efecto, nadie podría decir que no son padre e hija. Como dos malditas gotas de agua. Excepto por un bigotillo fino que tiene él. Por lo demás, iguales. O al menos en apariencia. Porque desde el primer momento veo que su relación no es... afectuosa. Se miran, asienten con la cabeza y poco más.

- Así que era verdad, la hija pródiga vuelve al redil...
- No te hagas muchas ilusiones, padre. Solo vengo acompañando a mi amigo. Estaría interesado en comprar algo de tu colección. Enrique Alfarero, mi padre. Mi padre, Enrique Alfarero. - Nos damos la mano mientras Candy se echaba a un lado.
- Encantado de conocerle. - Digo. Quiero ir en seguida a lo que hemos venido. No sé cuánto puede tardar el "huevo" en eclosionar. - Me perdonará si voy directo al grano pero estaría interesado en comprarle ese canario de oro que tiene usted allí. El dinero no es problema. ¿Puedo verlo más de cerca? Soy muy fan de... eh... la escultura de las Islas Canarias y es una de las piezas que falta en mi colección.
- Sí, claro, acerquese. Es una de mis últimas adquisiciones. No le saldrá barato precisamente, caballero. Me ha costado lo mío y blablabla...

Por mucho que quiera, no puedo estar atento a lo que me está diciendo el señor Shamone. Al acercarme a la estatua he visto una pequeña rajita en la base del pájaro que se está agrandando por momentos. Empieza como una raja pero un par de segundos despues se transforma en una red de lineas negras que envuelven a la figurita. No hay más tiempo. El pequeñín va a venir al mundo. Me saca de mis pensamientos un grito detrás de mí: "¿¡Pero qué hace!? ¡Está destrozando una obra de arte! ¡Guardias, venid!" El Tuerto está fuera de sus casillas. Candy está intentando retenerle a la que me mira, intentando leer en mis ojos alguna explicación racional. Justo en el momento en el que los dos guardias entran en la habitación con las pistolas desenfundadas, El Canario Chino explota en mil pedazos y de él sale aleteando lo que me parece un híbrido gris entre una polilla y un bebé. Nadie en la habitación da crédito a lo que ve. La cría, asustada, intenta escapar por la ventana del reservado. Lastima que en su camino esté el señor Shamone y su hija y los guardias lo vean como un intento de agresión. Empiezan a disparar. Las balas rebotan en la piel dura de la cría que, sin notar apenas nada, termina saliendo por la ventana del reservado.

No hay tiempo que perder. Tengo que conseguir detenerla antes de que la vea nadie más. Cojo el pedestal y salgo corriendo del reservado pisando un charco de sangre. Me giro a ver de quién o de qué es. Veo al señor Shamone tumbado en el suelo, con dos balas en el pecho, un charco de sangre saliendo de debajo de él y su hija a su lado llorando desconsolada. Candy levanta la cabeza y me mira. Veo rabia en sus ojos. No puedo quedarme mucho más. Hay una criatura extraterrestre ahí fuera que necesita mi ayuda para volver a casa. "Lo siento mucho", susurro antes de volver la cabeza al frente y salir corriendo. A mis espaldas oigo cómo Candy me grita y me insulta, culpándome de la muerte de su padre. Son momentos como estos en los que esto de ser un Señor del Tiempo se hace cuesta arriba. En serio.

Ya en la calle, enciendo mi sombrero de ala ancha sónico en modo busqueda. El pequeñín para ser sólo una cría es bastante rápido y ya me saca varios cientos de metros de distancia. A esa velocidad corriendo no lo alcanzo ni de coña, así que me monto en un taxi que está parado enfrente del club. El coche sale disparado atento a mis indicaciones. Mientras voy dandoselas al conductor (que, por otra parte, lo está flipando muy mucho) y nos vamos acercando a la cría, voy dándole un par de toques sónicos al pedestal para que se transforme de cohete en teletransportador. Ya tengo preparado un plan. Otra cosa es que funcione.

El taxista me dice que ya ve en el cielo delante nuestra algo que parece una polilla gigante. Es la hora. Como veo que me va a molestar, me quito la gabardina. Luego abro la puerta del taxi en marcha y, poquito a poco voy escalando hasta encontrarme tumbado sobre el techo del taxi. Ojito porque si ya de por sí no sería una cosa demasiado fácil de hacer con el taxi en marcha y las curvas y los bandazos y eso, se transforma en poco más que una odisea hacerlo con el pedestal-teletransportador a cuestas. Y aún así llego. Ahora viene la parte dificil: levantarme y tirar el pedestal a la cría de tal forma que le dé. Si lo consigo, el pedestal está programado para mandarla directamente a su planeta. Si fallo... bueno, si fallo se romperá el invento y entonces no sé cómo narices conseguiré apresar a la cría para llevarla en la TARDIS a su planeta.

Apoyo las manos en el techo y hago fuerza. Bien, ya estoy a cuatro patas. Y el pedestal sigue conmigo. De momento todo va bien. Ahora todo consiste en tener las plantas de los pies apoyadas y enderezarse. Venga... ¡Oh, mierda, un tunel de techo bajo! Me tumbo con un golpe sordo. La tripa me duele pero al menos he conseguido pasar por él. Siento como la goma de las zapatillas raspa con el techo del tunel. Intento no respirar. El tunel acaba. Poco a poco vuelvo a ponerme a cuatro patas y, por fin, completamente erguido. Con una mano me sujeto el sombrero de ala ancha sónico y con el otro agarro el pedestal. Es ahora o nunca. Tengo a una cría alienigena a tiro y solo una oportunidad. Cierro el ojo izquierdo e intento medir la fuerza y el ángulo de tiro. El taxista da un volantazo a la izquierda. Casi me caigo. Veo que tenemos un buen tramo de carretera recta. Ahora. Sujeto el pedestal como si fuera una jabalina olímpica y, con todas mis fuerzas se la tiro a la cría. El tiempo se para. O a mí me lo parece. El pedestal sube y sube. Me temo que no va a hacer impacto. ¡Maldita sea, tenía que haberlo tirado más fuerte! O espera, espera... Va a hacer impacto en tres, dos, uno...

Un destello de luz cegadora me desequilibra y hace que caiga hacia atrás. Directito al pavimento, moriré convertido en una masa sanguinolenta, adios Doctor Serio... Cuando abro los ojos, más allá del dolor de espalda, veo que sigo vivo y, de algún modo, sujeto al taxi. Levanto la cabeza y observo cómo la zapatilla derecha se me ha quedado atascada en el cartelito de la parte de arriba del taxi. "¡Gracias al cielo!", pienso para mí mismo. Luego exteriorizo esos mismos sentimientos en un grito desaforado al taxista pidiendo, pofavó, que pare el taxi ahora mismo. Lo hemos conseguido.

En los días siguientes intento ponerme en contacto con Candy. Para ver cómo estaba su padre y tal. El señor Shamone, Mickey "El Tuerto" Shamone, no había podido llegar al hospital y había muerto en la ambulancia. Una pena. Ahora Candy se ha hecho cargo del negocio familiar y, lo que es peor, me sigue culpando de la muerte de su padre. Mis intentos de contactar con ella han fracasado. Estoy "en busca y captura". No me queda más remedio que volver a mi vieja y leal TARDIS y marcharme de allí. Lo último que hago antes de aterrizar en el piso de mi querida Martah Jane es quitar el dispositivo sónico del sombrero de ala ancha y volverselo a poner a mi boina. Y lo que pasó despues... eso ya es otra historia.

sábado, 3 de diciembre de 2011

01x04: El Canario Chino (Primera Parte) Por Tioserio

Están a punto de dar las cuatro de la tarde. Los tímidos rayos de sol entran sin permiso por la ventana de mi despacho. Estoy sentado en mi sillón, con las piernas apoyadas en la mesa. Hace relativamente poco que he llegado a la ciudad y ya tengo mi vida organizada y un despacho de detectives que lo mismo no lleva ni dos días abierto. Por eso ahora mismo no hago nada de nada, solo esperar al que posiblemente fuera mi primer y único cliente. Porque nunca he sido alguien que esté mucho tiempo en el mismo lugar, para qué voy a negarlo.

Siento que la silla de Candy se mueve. Candy es mi secretaria. Es una pequeña y pobre diablesa. Lista como ella sola, la contraté porque rivalizaba en inteligencia a la que en otros tiempos solía ser mi compañera. Encontrar una secretaria lista y mona no es fácil en estos tiempos que corren. Llama a mi puerta, se asoma y me avisa de una mujer que está afuera y que requiere de mis servicios. Mi primer cliente no es cliente, que es clienta. No está mal. Le digo a Candy que la deje pasar. Una figura femenina ocupa su lugar:

- Es usted el... Detective Serio, ¿verdad?
- Sí, ese soy yo. - Sonrió mientras quito los pies de la mesa. - Pase y sientese, tenemos todo el tiempo del mundo...

1x04: El canario chino

Mientras se sienta, tengo el placer de observar a mi primera clienta en todo su esplendor: alta, delgada, generosos atributos, ojos del color de la miel, labios sensuales pintados de un rojo pasión... Lo que se dice un monumento de mujer, vaya. No esperaba otra cosa de mi primer cliente. Hubiese sido muy decepcionante para alguien que se ha criado viendo cine negro - bueno, algo así, en realidad había visto dos o tres películas allá en Gallifrey - que por la puerta hubiera aparecido un tipo cuarentón y rechoncho pidiendome que rescatara su caniche. Saca un cigarrillo de su bolso, lo enciende y se lo pone en la boca.

- Pues usted me dirá, señorita...
- Dickinson. Señorita Dickinson. Quiero que encuentre una figurilla que me robaron el otro día. Habría ido a la policia si no fuera porque... eh... no la conseguí de una forma exactamente honrada. Por eso necesito que la encuentre usted por ellos. Mire, aquí tengo una foto. - Saca de su bolso un papel y me lo da. - Yo la llamo en privado "El Canario Chino" porque es un pájaro dorado y porque debajo pone "Made in China". Que no le engañe su apariencia: es una figurilla que vale millones. O eso creo. Que las medidas de seguridad de dónde la tomé prestada eran bastante buenas.
- Muy bien, me encargaré del caso. Pero le costará caro. Trescientos dolares de la época - no sé por qué dije eso, ser un viajero del tiempo a veces te traiciona. - y cincuenta diarios en función de gastos.
- El dinero no es problema. Tomé, le firmaré un cheque. - Saca de su bolso una chequera, garabatea algo y me entrega un cheque por valor de 250 dólares. Ahora sé que su nombre es Beatrice. - Espero que esto sufrague gran parte de la investigación sino toda. Si en cinco días no lo ha resuelto, ya le traeré otro cheque. No se preocupe.
- Muy bien, Beatrice. - Me levanto para acompañarla a la puerta. Cuestión de cortesia. - ¿Importa que la llame Beatrice? Perfecto. Si tiene un número de teléfono y una dirección en la que la pueda encontrar fácilmente para informarla de cualquier cosa... pues me haría un favor. - La señorita Dickinson saca una tarjeta y me la da. - Muy bien. Me pondré a ello enseguida. Buenos días, señorita Dickinson.

La señorita Dickinson sale del despacho y me deja centrado en mis pensamientos. No sé por dónde empezar. Quiero decir, he salvado mundos y luchado contra peligrosos alienigenas, pero nunca había hecho trabajo detectivesco. Para ayudar a la mente, saco de un cajón mi boina sónica. La giro un poco, la miro y despues le sacó el dispositivo sónico. No, en esta época definitivamente no pega. Tengo que comprarme un sombrero de esos de ala ancha. Sombreros de ala ancha sónicos are cool. Y tambien una gabardina. Que no se diga que no puedo parecer un detective privado. El chandal no. Ese se queda. Un chandal pega con todo y en cualquier época. Experiencia me lo ha demostrado. Cojo el cheque y salgo del despacho no sin antes decirle a Candy que cuando sea la hora cierre la oficina y se vaya a casa, que ya nos vemos mañana si eso.

Si Martah hubiese estado por aquí, seguro que la compra se habría convertido en una gran aventura. Pero no está. Por lo que sé, ahora mismo está en una biblioteca polvorienta estudiando sus apuntes. Podrá ser todo lo viajera del tiempo que quiera pero tambien es responsable. Por eso no puse objeciones cuando me dijo de dejarla un tiempo hasta que estudiara y aprobara los examenes de febrero. Así que en realidad la compra de un gorro de ala ancha y una gabardina ha sido coser y cantar. Los años le dan a uno una experiencia y un saber cómo comportarse que no se aprenden en la escuela de los Señores del Tiempo. Pertrechado y listo, empiezo por lo más obvio y voy en busca de unas páginas amarillas que me digan dónde están los anticuarios de esta ciudad. Si no recuerdo mal, hay unas en el piso que he alquilado. Excusa perfecta para dar el día por terminado. Son casi las seis y sigo investigando habré trabajado más de dos horas. Y eso sí que no, que tambien hay que dejar descansar al cuerpo.

Llego a casa, me pongo comodo y voy directo a ver si la Tardis sigue en el salón. Por muchas medidas de protección que tenga por dentro, sigue siendo una maldita caja azul en un piso ruinoso. Y subrayo lo de piso ruinoso. Porque mira que es ruinoso. Ni agua caliente tiene. Entro dentro de la nave y me pego una ducha. Cuando salgo, ya vestido, me repanchingo en el sillón y, sin saber muy bien cómo ni por qué, me quedo dormido. Bueno, sí que sé el por qué. Y el cómo me lo puedo imaginar. A veces tengo mis puntos de brillantez.

Me despierta un estruendo que me hace saltar del sillón y me tira al suelo. Tras la desorientación inicial, miro a mi alrededor. Estoy rodeado de cristales que provienen seguramente - aunque sea algo que tampoco podría asegurar - de la ventana rota del salón, a traves de la cual ahora puedo ver el cielo estrellado que me dice que es noche cerrada. Miro mi reloj - son las cuatro de la mañana - y en ese momento me fijo en el bulto que está justo enfrente de mí. Lo cojo. Es una piedra con un papel atado con una cuerda. Empiezo a atar cabos mientras desato la cuerda. Entonces lo que ha pasado es que alguien, con una intención cualquiera, me ha tirado esta piedra a la ventana. Igual quieren llamar mi atención. Desenrollo el papel. Dentro, en una letra apresurada, está escrito lo siguiente:

"Tengo información sobre el Canario Chino que está buscando. Betty Dickinson no es quién dice ser. Todo es mentira. Bueno, o algo. Estaré mañana a las 12 de la mañana en el banco más al Sureste del Parque. No diré el nombre del parque porque usted ya sabe cual es. ESE parque. No estamos evitando poner nombres a la localización para que ahora venga yo y le diga el nombre del parque. Pues eso, que nos vemos allí. Firmado: Anónimo."

Leo la nota dos o tres veces. Luego miro el reverso. No sería la primera vez - digo yo - que un confidente deja por la parte del detrás del mensaje una explicación más sencilla y directa del asunto. Porque lo que es yo no he entendido ni jota. Bueno, ya lo consultaré mañana con Candy. Que ella es más versada en temas de notas extrañas. Lo sé porque cuando la contraté ya me dijo que no era su primer trabajo como secretaria de detectives privados. Joven, sin duda, pero con una experiencia magistral. Ya me lo demostró el primer día cuando vino el casero a cobrar el adelanto y le dio largas. Con esa determinación, cojo la cama por banda y me preparo para seguir durmiendo.

El sol ya se vislumbra en el cielo cuando me despierto. Las doce de la mañana y yo con estos pelos. O eso o mi reloj se ha estropeado. Que con el tema de ser viajero del tiempo, no sería la primera vez. Enciendo la radio para confirmar la hora. Las doce y cinco de la mañana. Me visto, desayuno algo y salgo pitando para el despacho. Según entro por la puerta, veo que Candy está ya en su mesa, sonriente, rellenando formularios o haciendo todo el trabajo que debería hacer y que no sé de dónde saca. - porque al fin y al cabo, no hemos tenido un cliente desde que estamos abiertos. - Dejo la gabardina y el sombrero de ala ancha encima de la silla de mi despacho y me acerco a su mesa.

- ¡Buenos días, Candy!
- Buenos días, Detective Serio. ¿Qué tal ayer? ¿Descansaste lo suficiente? No te preocupes. Abrí la oficina y cogí los recados. Tienes tres potenciales clientes. Sus avisos están en tu mesa. Tambien te he dejado el periódico de ayer y el de hoy.
- Un momentito... ¿Cómo que "ayer abriste el despacho"? Pero si te dejé ayer por la tarde... - Empiezo a estar un poquito desorientado.
- La última vez que nos vimos fue anteayer, cuando saliste de tu despacho a hacer unas compras. Ayer no apareciste por la oficina, Detective Serio.
- Un momento... ¿Me estás diciendo que he dormido más de un día? - Me hice el sorprendido aunque en realidad tampoco lo estaba demasiado. Hay veces que los Señores del Tiempo, así como raza, somos capaces de dormir el doble o el triple que el ser humano medio. Tambien es cierto que podemos estar despiertos el doble o el triple de tiempo. - ¡Guau! Bueno, entonces... - Rebusqué en los bolsillos y saqué el mensaje - Bueno, por si acaso. Oye, Candy... ¿puedes echarle un vistazo a esta nota que recibí anteayer por la noche y decirme qué piensas de ella?
- Dejame a ver... - Candy coge la nota, la lee y me la devuelve. - Un tipo que quiere decirte algo sobre tu cliente y que quedó contigo ayer a las 12 de la mañana. Una reunión que seguro que te perdiste, ¿verdad? - Asiento. - Bueno, supongo que si fuera tan importante, te habría vuelto a avisar de alguna forma. No creo que sea preocupante.
- Ufff... Ya empezaba a preocuparme. Bueno, nena, me voy al despacho. Cualquier cosa, ya sabes dónde estoy.

Y dicho esto, entro en mi despacho, cierro la puerta y me siento en el sillón. Uno tiene que tener máxima concentración si quiere hacer su trabajo bien. Pueda que necesite una pequeña ayuda de vez en cuando, pero tampoco es tonto del todo. Miro las tres notas de los potenciales clientes que me ha dejado Candy en la mesa. Dos esposas presuntamente engañadas y un tiroteo por un asunto de drogas "muy chungo para que lo investigue la policia". De momento tendrán que esperar. Para otras cosas podré ser muy multi-tareas pero para el tema del trabajo detectivesco - el cual, como quién dice, acabo de empezar - todavía necesito ir de uno en uno. Además, los maridos van a seguir estando en cama ajena y el muerto va a seguir muerto cuando acabe con este caso. Seguro. Los dejo en el recien inaugurado "cajón de casos futuros" - el cajón superior izquierdo de la mesa - y paso a los periodicos.

No he pasado ni diez minutos con el periódico de hoy cuando me fijo en una noticia en concreto. Pongo los ojos como platos. ¡No puede ser! Dejo de leer, me levantó de la silla, cojo rápidamente mi sombrero de ala ancha sónico y mi gabardina y salgo escopetado del despacho. Es la primera vez que veo a Candy asombrada. Empieza a preguntarme que qué ha pasado pero cuando acaba la pregunta ya voy por el pasillo. O, bueno, supongo que habrá querido preguntarme eso. Las palabras de la noticia aún resuenan en mi cabeza mientras bajo las escaleras:

"ENCONTRADOS DOS CADAVERES EN EL PARQUE

Las víctimas, una de ellas identificada como Betty Dickinson y un varón desconocido, han sido hoy descubiertos por la policia presuntamente asesinados en la zona Sureste del Parque. Ambos tienen una herida en la cabeza ocasionada por un arma de fuego. Lo extraño del asunto para los investigadores es la ausencia de sangre en el escenario. En su lugar, testigos afirman haber visto una sustancia verde viscosa saliendo de los cuerpos. Se sigue investigando para aclarar los numerosos puntos negros que tiene este caso."

(CONTINUARÁ)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

01x03 - Hasta que la muerte los separe

“…en la salud y en la enfermedad…”

Las palabras resonaron en la cabeza de Martah Jane que abrió los ojos lentamente. Tardó un poco en enfocar la vista y, cuando lo hizo, comprobó que todo esta recubierto de flores. Flores que no había visto nunca.

“…hasta que la muerte os separe?”

Martah giró la cabeza. Junto a ella estaba el Doctor Serio vestido con frac. Qué raro. ¿Por qué no estaban en la TARDIS? Frente a ella se encontraba un extraño ser embutido en lo que parecía una sotana.

-Yo os declaro marido y…

-¡Eh, eh, eh! ¡Para el carro! ¡DOCTOOOOOOOOR!


Anteriormente…

-¿A dónde vamos ahora? ¿Raxacoricofallapatorius? Son muy buena gente allí. También podemos visitar la Guerra Civil española y decirle a Franco que se deje bigote.

El Doctor hablaba y hablaba. Martah le miraba con las cejas arqueadas, pensando.

-¿Qué le parece si visitamos a Sir Arthur Conan Doyle? Quizás su vida sea tan interesante comoaaaAAAAAHHHH.

Todo se volvió oscuro.

“…en la salud y en la enfermedad…”

Las palabras resonaron en la cabeza de Martah Jane que abrió los ojos lentamente. Tardó un poco en enfocar la vista y, cuando lo hizo, comprobó que todo esta recubierto de flores. Flores que no había visto nunca.

“…hasta que la muerte os separe?”

Martah giró la cabeza. Junto a ella estaba el Doctor Serio vestido con frac. Qué raro. ¿Por qué no estaban en la TARDIS? Frente a ella se encontraba un extraño ser embutido en lo que parecía una sotana.

-Yo os declaro marido y…

-¡Eh, eh, eh! ¡Para el carro! ¡DOCTOOOOOOOOR!

El Doctor Serio se despertó con una sacudida de la cabeza. La boina sónica se activó sola y unos cables que había sobre él se cortaron dejándolo todo a oscuras.

-¿Qué ocurre? –preguntó, confundido.

Las luces se volvieron a accionar y el Señor del Tiempo y su acompañante se giraron para comprobar que se encontraban en una sala ricamente decorada. Frente a ellos, un altar y un reverendo espacial. Tras ellos, varias hileras de sillas. En ellas, sentados, alienígenas de la misma raza que el oficiante.

-¿Podemos seguir con la ceremonia?

-¿Ceremonia? ¿Qué ceremonia?

-Doctor, no te enteras de nada… ¡Nos estaban casando!

-¿QUÉ? Si no acepté hacerlo con Marilyn cómo voy a aceptar hacerlo con… Ejem –la mirada de Martah lo dijo todo-. Es decir, ¡cómo nos van a casar sin avisar a la familia!

-No hace falta. Nosotros somos suficientes.

-Que no, que no. Que aquí la Martah Jane tiene familia. ¡Y no queremos casarnos! ¡Que nos acabamos de conocer!

-De acuerdo. Lleve a los novios al vestidor. Allí podrán convencerse de su casamiento.

-Pero que no queremos… Oiga, suélteme. Que me suelte le he dicho. ¡Oimmpffff!

-Tócame y te vuelo la cabeza –dijo solamente Marta asiendo el bolso. Al parecer los otros percibieron lo que tenía y recularon-. ¡Doctor!

Todos los “invitados” intercambiaron una mirada. Algo estaba claro. No se iban a ir de allí sin realizar una ceremonia en la que los unirían “hasta que la muerte los separe"

-Doctor, esto es muy raro.

Estaban metidos en sendos vestidores quitándose los incómodos trajes de ceremonia y poniéndose la ropa que llevaban antes de aparecer allí que, curiosamente, estaban allí cuidadosamente dobladas.

Martah Jane salió del probador tirando el vestido de novia al suelo y esperando a que el Doctor saliera. Tardó cinco minutos más. Estaba jugando con la boina sónica.

-Bueno –dijo antes de accionar por última vez su sombrero-, aquí hay gato encerrado. Es curioso, una vez conocí a unas gatas muy majas que…

-Doctor…

-En fin. Algo raro pasa aquí. ¿Por qué tendrán ese afán por casarnos?

-Las bodas son felices.

-No, no todas. Hay una que se celebrará la primera semana de octubre de 2011 que…

La puerta se abrió de golpe. Ambos miraron hacia allí. El alienígena que vestía la sotana se encontraba en el umbral.

-La ceremonia ha de continuar.

-Que ya le hemos dicho que no queremos casarnos. Mire que es cansino.

-La ceremonia ha de continuar.

-Doctor, creo que esto va a acabar mal.

-Sí, yo también

-La ceremonia ha de continuar.

-¡Rápido! Al probador.

-¡No hay escapatoria!

-¿Qué cree que estuve haciendo? ¿Jugar con la boina? Bueno, sí, eso un poco también. ¡Estuve buscando la manera de escapar!

-¿Y cuál es?

El Doctor la miró, se abrazó a ella y accionó la boina. Los probadores se vinieron abajo encima de ellos.

Los alienígenas corrieron hacia los paneles del vestidor y los apartaron rápidamente. Allí abajo no había nada, tan sólo un agujero en los paneles metálicos que componían el suelo. Se asomaron. Al fondo, a unos diez metros, El Doctor y Martah habían caído en una sala y seguían yaciendo en el suelo, al parecer inconscientes. Salieron del vestidor y se apresuraron a ir a buscarlos.

El Doctor Serio abrió un ojo. Miró hacia arriba y vio que no había nadie. Se levantó y se dirigió hacia el centro de la sala mientras tocaba el botón de su boina. Las luces se encendieron completamente y Martah, que se estaba levantando de la placa de metal, se quedó cegada unos instantes. Cuando abrió de nuevo los ojos, pudo contemplar que se encontraban en una especie de sala de mandos. En el centro de la sala había un ordenador gigante que el Doctor Serio se dedicaba a manipular con maña a la par que encendía la boina de vez en cuando.

-¡Por el planeta BLEM STEBN, en la Galaxia SLVM T5! ¡Ya sé quiénes son!

-¿Quiénes?

-Los Sentraxi.

-¿Los qué?

-Sentraxi. Devoradores de sentimientos. Te absorben la energía vital mediante los sentimientos fuertes… ¡Ahora todo tiene sentido! –Martah lo interrogó con la mirada- Las bodas, generalmente, son un cúmulo de pasión, tristeza, alegría, emoción, melancolía… ¡Un verdadero festín para los Sentraxi!

-¿Es por eso por lo que nos quieren casar?

-En efecto. Lo que no entiendo es cómo nos absorbieron de la TARDIS…

-¿Cómo sabías que aquí había todo esto?

-Escaneé todo el edificio con la boina. Descarga la información directamente a mi cerebro, por eso es tan cómoda. Tuve un destornillador, pero me daba pereza leerlo.

-Oh, por qué no lo sospeché…

-Tampoco he localizado la TARDIS, estará escondida en algún…

Fuertes golpes en las paredes interrumpieron al Doctor Serio. Ambos miraron hacia las puertas, con preocupación, y vieron cómo comenzaban a salir chispas. Estaban cortándolas.

-¿Estamos seguros?

-Sí, unos minutos. Bloqueé todas las puertas, pero necesito saber dónde está la TARDIS.

-¿Por qué te abrazaste a mí antes para caer?

-¿A qué viene esto?

-Porque ahora que han estado a punto de casarnos, como comprenderás, no es que me haga mucha gracia.

-Para que cayeses encima de mí… Aún me duele todo. Creo que tengo la columna enredada… ¡La encontré!

-¿Dónde está? ¿Por qué pones esa cara?

-Está… Está dentro del ordenador. Son datos.

-¿Cómo cómo?

-Sí… Ay, mi máquina hecha bytes…

-¿La puedes sacar?

-Sí, pero tardaré un poco…

Las puertas se vinieron abajo. Había cuatro, una en cada punto cardinal. Por ellas comenzaron a entrar decenas de Sentraxi en pares, formando un círculo alrededor del ordenador y de Martah y el Doctor.

-Creo que deberías sacarla ya…

-OS CASARÉIS –dijeron todos a la vez. Empezaron a repetir esto mientras entraba de nuevo el Sentraxi que había estado a punto de casarlos.

-Como veis, no hay escapatoria. La ceremonia habrá de continuar.

-¡Creo que no! –exclamó el Doctor tecleando mientras se acercaba a Martah. Susurró-: distráeles.

-OS CASARÉIS.

-Eh, eh, eh, eh. Quietos. ¿Que nos vamos a casar? Vosotros no sabéis quién soy yo. ¡A mí los extraterrestres me temen! Me he cargado decenas de ellos con una simple varita de metal. ¿Qué os pensáis que voy a hacer con vosotros? Pues con vosotros voy a usar el bazo…

Hubo un flash de luz y Martah sintió pasar todo lo que había ocurrido hasta entonces por delante de sus ojos; como si estuviese rebobinando su vida.

Despertó tumbada de nuevo sobre el suelo de la TARDIS. El Doctor estaba de pie, junto a la consola de control.

-¿Lo recuerdas? –preguntó.

-Vagamente… ¿Qué hiciste?

-Básicamente, abrí el vórtice del tiempo de la TARDIS. Nos reconoció y nos trajo aquí de vuelta, antes de ser absorbidos. Los Sintraxi están perdidos en el tiempo. Nosotros, por así decirlo, no nos hemos movido.

-Pero, lo recuerdo todo…

-Hemos creado una línea temporal alternativa. Ahora, como eres una viajera del tiempo puedes recordarlo todo… ¿Próximo destino?

-No sé si me apetece decidirlo ahora –un escalofrío le recorrió la espalda mientras pensaba en los Sentraxi, perdidos en el tiempo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

01x02: El andén impoluto (Segunda Parte y Final) Por Tioserio

Parte 2

El Doctor Serio y Martah miraron al anciano que se hallaba ante ellos cada uno de forma diferente. Martah con estrellas en los ojos, maravillandose ante cada visual que echaba. La mirada del Doctor Serio era más incrédula. Aún no podía entender el qué y, sobretodo, el cómo era eso posible. En una situación normal hubiese pasado de buscar alguna explicación y se hubiese dejado llevar por la ignorancia pero en aquel momento su instinto de Señor del Tiempo le decía que algo no andaba bien.

- ¿De verás eres Dumbledore? ¡Cómo mola! - las palabras apenas podían salir de la boca de Martah. - ¿Pero el mismo Dumbledore que es director de Hogwarts? ¿El mismo?
- El mismo. El único y verdadero director de Hogwarts. Un placer conocerte, eh... ¿cuál es tu nombre, querida niña?
- ¡Martah! ¡Me llamo Martah Jane! Y, bueno... niña lo que se dice niña...
- Para mí eres una niña, Martah, si te comparas conmigo. - Dumbledore esbozó una sonrisa que contagió a Martah.
- ¡Ey, ey, ey! Un momentico... ¿Eres Dumbledore? ¿En serio? - El Doctor Serio adelantó un paso y se interpuso entre los dos. - Porque este escenario y estas ropas me resultan muy familiares. Todo me está diciendo que usted está muerto PEEEEERO estamos en 1991 y en esa fecha todavía no estaba ni medio pachucho. ¿Por qué no me lo explica? Y sobretodo... ¿qué hace ese paquetito rojo debajo del banco? Porque ahora me dice que es Voldemort y yo es que me troncho, me soslayo y me reverbero. De verdad.
- Tú eres el amigo de Martah, por lo que veo. El Doctor Serio... Sí, es famosa tu estampa incluso en el mundo mágico. Bueno... - Dumbledore se quitó las gafas y se puso a limpiarlas con una esquina de la túnica. - Depende de tí creer si esto es real o no. Dumbledore puede ser un tipo que está en Hogwarts haciendo cosas importantes... o puede ser un anciano con barba blanca que ahora mismo está aquí intentando ayudaros.
- ¡Eso, Doctor Serio! - Martah miró enfadada al Doctor - De verdad que no me creo que no se lo crea. Si no me lo creyese yo, entonces me creería que me creyera cuando te lo digo que me creo la creencia pero... Eh... Jeje, creo que me he hecho un lio. Bueno, eso, que muy mal me parece que no se fie usted de Dumbledore. Tio, tú antes molabas.
- Vale, vale. - El Doctor Serio señaló con el dedo a Dumbledore. - Pero te estaré vigil... ¡Oh!

El Doctor Serio dió unos toquecitos de advertencia con el dedo a Dumbledore. Sorprendemente, no tocó carne. En vez de eso el dedo del Doctor Serio traspasó la túnica y el hombro. En un instante, todo el puño había seguido al dedo y este se asomaba por la espalda del mago. El Doctor Serio retiró la mano y empezó a mirarsela completamente asombrado. Aprovechando su confusión, Dumbledore lo rodeó, susurró algo en la oreja de Martah y empezaron a andar juntos por el andén.

- Perdona al Doctor Serio. A veces es un poco... realmente no sé muy bien cómo es. Hace poco que le conozco. Pero me salvó la vida o algo. - Martah casi corría detrás de Dumbledore. - Me ha traido aquí y creo que se siente culpable por haber dejado que nos encerraran. Lo que me recuerda... ¿Nos podrías hacer un favorcito, Dumbledore?
- Dime y veré si está en mi mano.
- Pues verás. La cosa es que llegamos aquí porque quería ver el Expreso de Hogwarts y entramos y cuando llegó la hora de la sálida del tren desaparecieron todos. Luego intentamos salir y no pudimos. ¿Nos podrías decir cómo salir de aquí? Porque igual un andén blanco mola y todo pero... empiezo a tener hambre.
- ¿No quieres quedarte con Dumbly? ¿En serio? - Martah negó con la cabeza. Dumbledore se encorvó durante un par de segundos. Luego volvió rápidamente a ponerse derecho. - Vale, si tú quieres... Lo único que tienes que hacer es entrar en la locomotora del Expreso y ponerla en marcha. Ven, que te enseñaré - Dumbledore pasó el brazo por los hombros de Martah. - ¿Ves? Esta puerta está abierta. Solo tienes que entrar y...
- ¡¡¡NO, MARTAH, NO ENTRES!!! ¡Y APARTATE DE DUMBLEDORE, MALDITA SEA!

Martah y Dumbledore se giraron a la vez. Al otro lado del andén vieron como el Doctor Serio estaba junto al banco que habían dejado. Las normalmente relajadas facciones del señor del tiempo se habían transformado en una expresión de iracunda furia. Sostenía en alto lo que Martah enseguida reconoció como la amalgama de carne roja que había visto justo debajo del asiento. El tiempo pasó a cámara lenta. El Doctor Serio tiró al suelo la amalgama roja de carne. Martah miraba sin saber muy bien qué pensar. Dumbledore, totalmente sorprendido, corrió hacia el Doctor. Antes de llevar media parte del camino recorrido, la amalgama roja se estrelló contra el suelo haciendo un ruido metálico y generando una minúscula explosión. Dumbledore paró en seco y se hizo un ovillo en el suelo mientras gritaba de forma ininteligible. El suelo que pisaban empezó a temblar. El andén blanco se estaba yendo y, en su lugar, dejaba ver una pequeña habitación verde en la que todo era metálico. Ya no había Expreso. Ni Dumbledore. Ni tampoco amalgama roja. El lugar de esta última lo ocupaban los restos de un aparato destrozado.

Martah miró en derredor. ¡Había cambiado todo tanto! Pero al menos la puerta abierta que, supuestamente, les sacaría de ahí seguía abierta. Miró al interior. Vió una sala que parecía ser de operaciones pero muy sucia. En el centro había una camilla manchada de sangre, rodeada de aparatos punzantes y cosas que, en general, darían mucho dolorcillo y coronada por una especie de casco enlazado al techo por un tubo. Martah, asqueada, cerró la puerta de inmediato. Ella y el Doctor, que seguía al lado de los restos del aparato, se miraron. Luego miraron hacia el techo. Unas luces rojas empezaron a parpadear al tiempo que una sirena sonaba y una voz gritaba: "Seguridad en celda Z-11. El rebaño ha encontrado el holograma. Repito: el rebaño ha encontrado el holograma." El Doctor enseguida empezó a mirar a todas direcciones.

- ¡Oh, Cezalodones! ¿Cómo he podido estar tan ciego? ¡Claro que eran Cezalodones! Entonces por aquí debería haber... ¡Aquí esta! - El Doctor Serio se acercó a un rectángulo en la pared que abarcaba casi desde el techo al suelo. Se arrodilló (no sin cierta dificultad) y empezó a examinarlo. - ¡Alonso! ¿Me puedes hacer un favor? Mira la puerta que hay allí, ¿la ves? No, no la que acabas de cerrar. Esa otra. Si se abre y aparecen unos tipos con armaduras y pistolas, ¿podrías encargarte? ¡Claro que puedes encargarte! Me encargaría yo mismo pero estoy intentando hacer funcionar el portal espacio-temporal este. Solo tienes que darles un puñetazo aquí, entre los ojos. Eso les mata. ¡Oh, mano de obra barata! Debí de haberlo supuesto.

El Doctor Serio se puso manos a la obra mientras que Martah se colocaba delante de la puerta. Puerta que no tardó ni dos minutos en abrirse. Ante Martah apareció una fila entera de seres con tentáculos que iban recubiertos de placas de algo parecido a metal. Su cabeza (si es que se le podía llamar así) estaba protegida por un casco que no dejaba ver absolutamente nada de la cara de los seres más allá de un simple agujero emplazado en dónde en los humanos estaría el entrecejo.

- Ya veo adónde hay que darles, Doctor. - gritó Martah. - Pero hay un pequeño problema: ¡Mi puño no cabe en ese agujero! De hecho, es poco probable que quepa ni mi dedo. ¡Alguna idea! - Los Cezalodones se iban acercando cada vez a Martah. Sacaron sus pistolas y las apuntaron hacia ella. - ¡Igual me vendría bien una rápido!
- ¿Ein? Oh, espera... - El Doctor Serio dejó su boina sónica y empezó a rebuscar en los bolsillos de su chandal. - Aquí está. ¡Tome, Alonso, pruebe con esto! - El Doctor Serio le tiró a Martah una varita de esas de plástico del bueno.
- ¿Esto qué es? ¿¡Una varita!? ¡Qué narices haces tú con una varita, Doctor Ser... Vale, realmente no sé si quiero saberlo. Servir sirve, que no es poco. - Tiró la varita al aire y la volvió a recoger. La cogió como si cogiera un puñal y se preparó para la batalla. - ¡Chicos! ¿Quién quiere ver a una Ravenclaw enfadada?

Martah corrió hacia uno de los Cezadolones y, sin dejarle tiempo para disparar, le incrustó la varita con fuerza por el agujero del casco. El Cezadolón dió un paso atrás, soltó un grito (muy parecido al que había soltado Dumbledore antes, pensó Martah) y cayó de espaldas. No había tiempo para pensar en lo hecho así que Martah enseguida cargó contra el siguiente Cezadolón. Mientras tanto, el Doctor Serio seguía apuntando su boina sónica al rectángulo en la pared buscando la forma de arreglarlo. Llegó al lado de un cajetin que había al lado y que estaba conectado al rectángulo. Apuntó la boina y lo soniqueo. Un chasquido y el interior del rectángulo se iluminó y dejó ver la estación de King Cross.

- ¡Sí! Doctor Serio, los tienes cuadraos. No te beso porque no llego, leches. ¡Alonso! ¡Lo abrí! ¡Rápido, venga acá que nos vamos de esta celda!
- ¿Ya, Doctor? Bueh, una pena. Estaba pasando un buen rato. ¡Lo siento, chicos, otra vez será! - Martah sacó la varita del casco de otro Cezalodón. Una pila de cadaveres extraterrestres estaba a su lado. - ¿Sabe, Doctor Serio? Creo que cada vez me gusta esto más. Por cierto... ¿por qué le ha dado ahora por llamarme por mi segundo apellido?
- Oh, ¿no le gusta que le llame "Alonso"? No sé, me salió sin más. Pero a partir de ahora intentaré ceñirme a su nombre.
- ¡No, no! Si sí que me gusta. Solo es que me ha resultado raro. No me importa, en serio. Ahora... ¿podríamos irnos ya de aquí, por favor?
- Claro que sí. ¡¡¡Alons-y Alonso!!!

Nadie en King Cross se había fijado en el par de personas que habían aparecido a través de la pared. Ni tampoco nadie se fijó en el tipo con chándal y boina que se agachó y dirigió su boina a esa misma pared. Y, por dios, nadie que estuviese allí entonces recordará una cabina azul de policia que hubo en el andén 10 y que poco a poco fue desvaneciendose hasta desaparecer. Una cabina que tenía un rumbo desconocido que nadie en aquella estación podría siquiera imaginar.